El ecosistema startup en España ha cerrado 2025 con un dato que, a primera vista, invita al optimismo. El número de startups activas ha crecido en torno a un 12 % respecto al año anterior, consolidando una tendencia que ya venía apuntando desde la salida de la pandemia. Cada vez se crean más proyectos, hay más emprendedores lanzándose y más sectores representados. Hasta aquí, todo bien.

Pero si rascas un poco, el panorama es bastante más complejo. Porque mientras la innovación avanza, la financiación no siempre acompaña al mismo ritmo. Y esa tensión, que se ha ido acumulando durante el año, es ahora mismo uno de los grandes retos del ecosistema emprendedor español.
España innova más, sí. Pero financiar esa innovación sigue siendo, en muchos casos, el cuello de botella.
Un ecosistema que sigue creciendo, pero de forma desigual
El crecimiento del 12 % no ha sido homogéneo. No todas las startups han crecido igual ni en los mismos sectores. En 2025 ha quedado bastante claro que la creación de startups se concentra cada vez más en áreas muy concretas.
Tecnología aplicada a empresas, inteligencia artificial, software como servicio y soluciones ligadas a eficiencia energética han sido algunos de los motores del año. También ha habido movimiento en salud digital y en modelos ligados a la sostenibilidad, aunque con un enfoque más práctico que en años anteriores. Menos discurso y más producto.
Geográficamente, Madrid y Barcelona siguen liderando, pero empiezan a ganar peso otros polos. Valencia, Málaga, Bilbao o incluso ciudades medianas están viendo nacer proyectos interesantes. No tanto por volumen, sino por especialización. Eso es una buena señal.
El perfil del emprendedor también está cambiando. Cada vez hay más fundadores con experiencia previa, que ya han pasado por una startup antes, o que vienen del mundo corporativo. Esto se nota en proyectos más realistas, con modelos de negocio mejor definidos desde el inicio. Menos ideas difusas, más foco en facturar.
Ahora bien, este crecimiento no significa que todo sea fácil. De hecho, muchos proyectos sobreviven, pero avanzan más despacio de lo que les gustaría. Y aquí entra en juego la financiación.
Innovación fuerte, financiación más exigente
Uno de los grandes temas de 2025 ha sido el cambio de mentalidad en la inversión. Durante años, levantar rondas parecía casi un trámite si el proyecto sonaba bien. Eso ya no pasa. El dinero sigue ahí, pero es más selectivo.
Los fondos de venture capital han endurecido criterios. Se piden métricas claras, tracción real y, sobre todo, un camino creíble hacia la rentabilidad. El famoso crecimiento a cualquier precio ha quedado atrás. Y eso, para muchas startups, ha sido un golpe de realidad.
Las rondas seed siguen existiendo, pero son más pequeñas. Las series A se retrasan. Y muchas startups se quedan en una especie de tierra de nadie, con producto validado pero sin músculo suficiente para escalar rápido.
Esto genera una tensión evidente. Por un lado, los emprendedores sienten que nunca se había innovado tanto. Por otro, la financiación no fluye con la misma alegría que hace unos años. El resultado es un ecosistema más maduro, sí, pero también más exigente y, en algunos casos, más frágil.
Un dato relevante de 2025 es que muchas startups están apostando por vías alternativas. Menos dependencia de grandes rondas y más foco en ingresos propios, clientes desde el primer momento y control de costes. No es tan vistoso, pero suele ser más sano.
En este contexto, hay algunos patrones que se repiten bastante:
- Startups que retrasan rondas para mejorar métricas.
- Proyectos que pivotan hacia modelos más rentables.
- Equipos más pequeños y estructuras más ligeras.
No es un retroceso. Es un ajuste.
También se ha notado un mayor peso de la financiación pública y semipública. Programas de apoyo, ayudas a la innovación y fondos vinculados a desarrollo tecnológico están jugando un papel importante. No sustituyen al capital privado, pero ayudan a ganar tiempo.
Qué puede pasar en 2026 y cómo leer este momento
La gran pregunta es si este crecimiento del 12 % es sostenible. La respuesta corta es sí, pero con matices. España ya tiene un ecosistema startup consolidado, no es una moda pasajera. Hay talento, hay ideas y hay mercado. Lo que se está redefiniendo es la forma de crecer.
En 2026 probablemente veremos menos startups naciendo sin un plan claro y más proyectos bien pensados desde el inicio. También veremos más cierres, y eso no tiene por qué ser malo. Un ecosistema sano no es el que nunca falla, sino el que aprende rápido.
Para quien esté pensando en emprender, el mensaje es bastante claro. Innovar sigue siendo necesario, pero no suficiente. Hay que entender el mercado, los costes, los tiempos y las limitaciones de la financiación actual. El romanticismo emprendedor ha dado paso al realismo.
Para inversores, el momento también es interesante. Hay más proyectos sólidos, mejor preparados y con valoraciones más razonables. No es un mal año para invertir, siempre que se tenga paciencia y criterio.
Y para el conjunto de la economía, este crecimiento del ecosistema startup es una buena noticia. Genera empleo cualificado, impulsa sectores estratégicos y coloca a España en el mapa de la innovación europea. Pero no conviene caer en la autocomplacencia.
La tensión entre innovación y financiación no va a desaparecer. Forma parte del juego. La clave está en gestionarla bien, sin frenar la creatividad pero sin perder el contacto con la realidad.
2025 ha sido un año de crecimiento, sí. Pero también de aprendizaje. Y eso, a medio plazo, suele ser lo que marca la diferencia entre un ecosistema que crece rápido y otro que crece bien.